jueves, 22 de mayo de 2014

LA ORQUÍDEA SILVESTRE Y LA MANTIS RELIGIOSA




Quise atraparla, demostrarle que siempre un ojo nos descubre,
pero se desintegró entre mis dedos como una fina y quebradiza
        cáscara.
José Watanabe.



Aún tenía  veinte años cuando escribí un poema con el título Richard Rorty y Ana. En el poema, Ana era una bailarina de night club y prostituta que promocionaba sus servicios por la mensajería instantánea. Directo: Ana anunciaba sus senos transparentes a través de la pantalla del computador. Recuerdo, además, que luego de dos semanas de lectura intermitente había fracasado en la comprensión de la  Filosofía y el espejo de la naturaleza de Rorty. Entonces, la poca educación sobre el canon filosófico me llevó a la lectura del Huso de la palabra de José Watanabe. En aquella época, encontré claridad en la parábola y el amor: las descripciones del valle del río Moche y las imitaciones de haikus. La naturaleza irrumpió  por  lo cercano; yo, hinchado por la vanidad, no noté que  la mantis había estado allí todo el tiempo: afuera. Contrita e imitadora de la naturaleza, el insecto había sucumbido irremediablemente a la cópula, siempre sorprendido por un ojo.

Richard Rorty observaba la pantalla del computador, el reflejo de Ana de veintisiete años. Por entonces, la ruptura del espejo moderno y aquella nostalgia del fracaso mismo de las ideas. Y era ineludible Las Orquídeas Silvestres, la honestidad que encontraba en las palabras de Rorty, el conflicto que su proceso de formación le cuestionaban. El gusto "frívolo" de las orquídeas. Con los años me he dado cuenta que siempre nos encontramos sorprendidos por el ojo extraño, incluso en las subrepticias conversaciones con Ana y la palidez de sus pezones existía la complicidad lejana de Rorty (realmente podría decirse que esta afirmación es patológica); pero si por un momento aceptáramos con honestidad las afirmaciones de Borges, que tomó de Leibniz, siempre existe para cualquier evento necesario o contingente una derivación ¿Será cierto que la verdad se esconde en el laberinto inmanente e infinito del enunciado? Es concebible y no patológica -desde mi punto de vista- la relación entre las palabras de Rorty sobre las orquídeas y el lamento de Ana sobre la palidez de sus senos. Tal vez sea el ojo que siempre nos sorprende como el Dr. T.J. Eckleburg, el ojo externo que parece residir en la enunciación misma. El ojo que reconstruye y proyecta la verdad, que permite la proyección de la cáscara de la mantis en cada nueva instanciación y que ha desenmascarado a la subjetividad como una mera cáscara. 

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