lunes, 17 de febrero de 2014


Han pasado varios años desde que empecé a leer poesía. Recuerdo que el primer poema que leí con atención fue alguno de Eielson; hablaba sobre la luna (he olvidado el título); desde entonces, los poemas han ido y venido con cierta nostalgía algunos y con mucha desidia otros. Sin embargo, la negligencia tiene ciertas ventajas, al menos eso me repetía de cuando en vez Galarza en algún café de Barranco. Debía tener razón, a sus treinta y cuatro años  Gabriel Galarza había empezado muchos estudios y no había concluido casi ninguno, salvo ante  una extraña desaparición de su abulia habitual  cierto verano produjo la tesis de licenciatura en Literatura. El tema se le ocurrió mientras paseábamos por el antiguo hotel Mogollón en el centro de Lima, la cúpula al medio día simulaba enormes  granos de polen.

Galarza recitó en voz alta unos versos en alemán de Novalis, el eco de la cúpula del Hotel Mogollón, se los devolvió a la perfección. Solo demoró tres meses la redacción de su tesis de licenciatura, texto que tuvo referencias  a investigaciones de neurociencia, fisiología, medicina, lingüística y filología. La posibilidad de que la producción humana alcance iluminar un mundo externo: un reino de sombras, azoraba a Galarza. Durante los apagones de Lima, se quedaba observando como la luz de las velas abrían extrañamente su habitación hacia la permanencia de  percepción, sensaciones que con el tiempo se convenció solo tenían sentido para sus propios ojos cansados. Durante aquellos meses recibió el correo electrónico de Tedesco, las dibujos a carbón que le había encargado estaban casi listos. Tedesco adjuntó algunas fotografías de los bocetos y del proceso del trabajo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario